En Trévago se cuenta que durante la noche de difuntos los esqueletos de los antiguos templarios envueltos en los jirones de sus sudarios, y montados en fantasmagóricos corceles, bajan del monte en ruidoso tropel, clamando venganza por la injusticia que con ellos se cometió. Otros dicen que, debido a sus grandes crímenes, la Omnipotencia Divina los condenó a estar atados para siempre a los lugares donde cometieron sus fechorías.
En el pueblo se asegura que un cazador, olvidando la fecha de difuntos, se retrasó en el monte, sorprendiéndole la noche en las inmediaciones de las ruinas del convento. Cuentan que, paralizado de terror, a medianoche vio cómo se levantaban las losas de las tumbas y cómo los tétricos esqueletos de los monjes salían de sus encierros y, entre aullidos de dolor, gritos de venganza y entrechocar de espadas y escudos, se dirigían en macabra procesión hacia el pueblo. El cazador fue encontrado al día siguiente moribundo, teniendo apenas tiempo de contar en frases entrecortadas por el terror las horas de angustia vividas durante la noche.
Para la noche de Difuntos, muchos años, cuando ya habían caído las primeras nieves, dicen los vecinos que, a la mañana siguiente se podían ver claramente en la nieve las huellas de los esqueletos marcadas en el suelo, y seguir su rastro hasta las sepulturas abiertas en el atrio del convento.